Un recién nacido no nace con la capacidad visual de un adulto, ya que el ojo de un bebé necesita un proceso de adaptación a la claridad del “mundo real”, tras 9 meses en la cálida oscuridad del vientre materno.
En los primeros meses de vida, el bebé sólo distingue sombras en blanco y negro y no es capaz de distinguir objetos o personas con nitidez.
Su ojo sólo es capaz de enfocar hasta 25 cm de distancia, que es precisamente la distancia aproximada entre la madre y el bebé cuando ésta lo mantiene en su regazo. Este es uno de los tantos motivos por los que el bebé es capaz de reconocer a su madre con facilidad: su rostro sí le resulta más que familiar.
La evolución de la vista del bebé es constante. Así, durante el primer y el segundo mes de vida el recién nacido comienza a enfocar la vista y a seguir con la mirada objetos en movimiento que llaman su atención. No es hasta el tercer mes cuando comienza a ver y enfocar objetos a distintas distancias.
Otra de las peculiaridades de los ojos de los recién nacidos es su color. Y es que la mayor parte de los pequeños tienen al nacer los ojos de un tono gris azulado que con alta probabilidad, irá cambiando a lo largo de su primer año de vida hasta tomar su color definitivo, que va generalmente ligado al tono de piel: cuanto más oscura sea la tez, más probabilidad de que su color de ojos definitivo sea oscuro, y al revés. En raras ocasiones, cada ojo tomará un color distinto, lo que se conoce como heterocromía.